lunes, 20 de abril de 2009

Me corto al afeitarme. Es así de sencillo. Es tan simple como ver la sangre en mi mejilla, aquí estoy, soy materia, soy un contorno finito, no un ángel. Materia. Estoy arraigado en la tierra. Soy sangre.

Vagamos por la vida ignorando nuestra única certeza. Todo se acaba. No hay un mapa del tesoro esperándonos, el horizonte es un espejismo que se aleja a cada paso. Estoy aquí, ahora. El instante es todo lo que tengo. No el gran pájaro, no el ángel. Las alas de carnaval que me quito y que me pongo.

He sido arrojado al mundo, vivo bajo el peso de mi nombre. Todos cargamos el interrogante de nuestro propio misterio: Estoy aquí. Estoy aquí y todo me empuja. Me balanceo al borde del abismo, y abajo no hay red, no hay colchón. El jefe del circo lo grita a través de su megáfono "qué coraje, qué coraje nacer, desafiar a la muerte".

Aquí empieza la historia. Cuántas historias empiezan aquí. Fuera el cielo gris, fuera el ruido del tráfico, el aleteo de palomas: un espacio conocido, un lugar común. Un tipo cualquiera lleva puestas unas alas que no son suyas y es el tres de noviembre de no importa qué año, en no importa qué ciudad.

Son las alas que me quito y que me pongo.
No sirven para volar. Capturan, solamente,
un azul instantáneo entre los cielos
surcados por nubes lentas, azorados
por los vientos...
pero no sirven para volar.
Desde lo alto de los enormes rascacielos
vuelan suicidas contra la tierra,
y mientras mis botas
se hunden en la nieve,
y el hielo que me arde
anuncia en silencio esta certeza.
Estoy aquí. Y soy materia.

Son las alas que sostengo y que contemplo,
y las dejo colgadas en las arcas,
y construyo mi museo de fracasos,
de mil intentos de despegue,
de caídas
todavía por venir. Y al final
siempre, siempre la tierra
se clava contra mi,
me implora que la ame.

Son las alas que me anclan a la tierra,
son las alas que me arrastran a la noche.

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