viernes, 1 de mayo de 2009

Un reloj marca las ocho de la mañana, Claudio toma un café en el bar, fuma un cigarrillo.

Sólo queda esperar lo inesperado, lo nunca aparecido. Tú que me esperas sin tú ni yo saberlo.

Termino el café, apago el cigarrillo y me pongo el sombrero. Tú sales antes para que la lluvia no te alcance, a mi me gusta caminar con el paraguas abierto, y por eso me demoro en salir y siempre llego tarde.

Claudio sale. Llueve, camina por la calle.

Cruzo la calle porque tengo prisa, tú me adelantas en un taxi para llegar antes al desencuentro.

Claudio compra las entradas para el cine.

Pacientemente espero tu llegada en la cola del cine, pero tú no sabes dónde estoy, ni dónde esperarme.

Claudio en la sala de cine. Contempla en la pantalla la escena de Vertigo en la que Madelaine mira el cuadro de su antepasada en la galería de arte de San Francisco.

Y yo me siento, me relajo, entro lentamente en la película y me quedo en ella para soñarte.

Claudio se para en un bar.

De camino a casa me paro en un bar, no tengo prisa por llegar a casa, sé que no estarás allí esperádome. Y por eso llego tarde, y tú duermes en la habitación cuya puerta desconozco.

Claudio duerme en la cama, sobre él una escena donde se lo ve con un cuadro de la Mona Lisa cuya mano sostiene (la mano parece que sobresalga del cuadro)

Dormiremos juntos en sueños separados, y al despertar creeremos que nos hemos visto.

Entra la luz por la mañana. Claudio se despierta solo.

Un día nuevo amanece