EL MUNDO MURIÓ GRITANDO
Rudy está a medio camino,
Jacob está en el agujero,
el mono llegó a la escalera,
el demonio palea carbón,
con cuervos grandes como aviones,
el león tiene tres cabezas
y alguien se comerá la piel que derrama,
y el mundo murió gritando,
el mundo murió gritando
mientras yo soñaba contigo.
Pues bien, el infierno no te quiere,
y el cielo está sobrepoblado,
traeme algo de agua
sírvela en este cráneo,
yo camino entre la lluvia
y espero en Bughouse Square
y las hormigas soldado
no dejarán más que los huesos.
Y el mundo murió gritando
mientras yo soñaba contigo.
Hubo truenos,
hubo rayos,
las estrellas se apagaron
y la luna cayó del cielo,
llovieron caballas,
llovieron truchas,
y el gran día de rabia ha llegado,
y hay barro en tus ojos rojos,
y el poker ha caído al fuego
y las langostas toman el cielo.
Y el mundo murió gritando
mientras yo soñaba contigo.
- Tom Waits
sábado, 16 de junio de 2012
LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS
Sólo restan penumbras en mi casa,
lo mismo que un vampiro, sin reflejo,
soy un cuerpo vacío en el espejo,
ya no me queda más que la carcasa.
El tiempo es hielo roto, todo pasa
y deja de importar y se hace viejo,
el aire que respiro es gris añejo,
mi sangre fue a apagar la última brasa
y esta carne no espera amor alguno,
solamente es el eco de una sombra,
sobre la tierra un peso inoportuno
que sólo alivia el orden y el ayuno
que dicta este vacío que me nombra
a ser nadie, ser nada, ser ninguno.
jueves, 7 de junio de 2012
VISITE HONG KONG
VISITE
HONG KONG
(Poema
turístico a modo de cancioncilla feliz)
Beba
con los chinamen
cocktails
de neón.
¡Visite
Hong Kong!
Venga,
camine y compre,
por
las luces del dragón
coma
un no nacido
importado
de Japón
y
deje para el postre,
mecanismos
para cisnes,
mariposas
de latón.
¡Visite
Hong Kong!
La
vida es una estrella
de
camino al apagón
el
amor un buitre que se lanza
sobre
el mísero ratón.
La
muerte ha reservado
para
usted la habitación
donde
hitmen de la mafia
no
tienen compasión.
Todos
los versos que ripio
riman
muy bien con cojón
así
retumba por principio
la
insistente percusión
y
se pega en su cabeza
esta
mierda de canción
(visite
Hong Kong)
Behold
the British empire,
the
land where we belong
with
it's Queen, it's Lord, it's squire
so
maybe the colonies were wrong
but
we plan never to retire,
my
vacation I prolong,
with
my knob in shining fire
as
I strip the model's thong
and
I throw it to the pire,
and
start fucking like King Kong,
as
I visit Hong Kong!
As
I visit Hong Kong!
¡Visite
Hong Kong!
¡Visite
Hong Kong!
Películas
de kung fu,
disparos,
gritos, confusión,
las
luces de Kowloon
son
un camaleón
de
trampas maliciosas
que
esputan radiación.
¡Visite
Hong Kong!
Las
torres son cuchillos en la tierra
y
mire más allá
de
las flores y la mierda,
porque
arriba está el Nirvana
(pero
de imitación)
¡Visite
Hong Kong!
Demonios
de papel surcan el cielo,
y
aquí le esperan con pasión,
deje
a su esposa y a su suegra
vacíe
la casa, sin dilación,
llene
de billetes la maleta
y
escale a la corona del tifón.
¡Cuando
visite Hong Kong!
Beba
con los chinamen
cocktails
de neón.
¡Visite
Hong Kong!
sábado, 2 de junio de 2012
TITANIC
TITANIC
Cuando el barco empezó a sumergirse
el pánico invadió los camarotes.
Pocos se salvarían esa noche,
la orquesta se quedó tocando,
el capitán besó el timón
de despedida,
los pobres no cabían en los botes,
dentro del gran salón los caballeros
esperaban a la muerte bien vestidos.
El poeta tampoco viviría,
por eso tras perder toda esperanza
se alzó hacia la cubierta con orgullo,
el pecho contra el viento
el agua en los tobillos,
a escribir la metáfora perfecta,
aquel último verso luminoso,
la gran obra maestra
que a su pesar tenía que ser corta,
poco leída,
quizá infravalorada.
Pero perfecta.
La muerte dijo estar muy complacida,
su figura quedó de maravilla
en aquella canción desesperada.
Nadie más la escuchó,
el agua tragó su cuerpo, borró su nombre,
su tumba fue sellada por el hielo
en el fondo de un mar en prosa,
oscuro e impiadoso,
cruel y mudo.
Cuando el barco empezó a sumergirse
el pánico invadió los camarotes.
Pocos se salvarían esa noche,
la orquesta se quedó tocando,
el capitán besó el timón
de despedida,
los pobres no cabían en los botes,
dentro del gran salón los caballeros
esperaban a la muerte bien vestidos.
El poeta tampoco viviría,
por eso tras perder toda esperanza
se alzó hacia la cubierta con orgullo,
el pecho contra el viento
el agua en los tobillos,
a escribir la metáfora perfecta,
aquel último verso luminoso,
la gran obra maestra
que a su pesar tenía que ser corta,
poco leída,
quizá infravalorada.
Pero perfecta.
La muerte dijo estar muy complacida,
su figura quedó de maravilla
en aquella canción desesperada.
Nadie más la escuchó,
el agua tragó su cuerpo, borró su nombre,
su tumba fue sellada por el hielo
en el fondo de un mar en prosa,
oscuro e impiadoso,
cruel y mudo.
Tomos
TOMOS
En mi librería hay una sección para muerte,
y otra para la historia de Irlanda,
unas pocas estanterías con poemas de China y de Japón,
y en el centro una fila de imperturbables libros de referencia,
aquellos a los que uno puede ir siempre,
cuando la noche se equivoca
o el día es una promesa vacía.
No tengo nada en contra
del fino monográfico, o la extraña duda,
la nota sobre la identidad del dentista de Chejov,
pero lo que prefiero en días así
es sentarme en el sillón,
tomar La Historia del Mundo,
y tener entre mis manos un libro
que contiene casi todo
y no pesa más que un saco de patatas,
once libras, descubrí un día en que lo puse
en la balanza de hierro negro
que mi madre solía guardar en la cocina,
la máquina en que ponía
una cierta cantidad de harina,
una cierta cantidad de pescado.
Abierto sobre mi falda
bajo el halo de la lámpara,
un libro como este siempre tiene maneras
de calmar los nervios,
callando la turbadora espuma de información
que se alza en torno mi cintura
y aunque nunca menciona
las labores silenciosas de los pobres,
las quimeras de fruteros y sastres,
o las caras de hombres y mujeres solos en habitaciones-
aunque nunca menciona a mi madre,
ahora que pienso en ella,
que el año pasado se desprendió del borde de la tierra
en su cama eléctrica,
en su camisón rosa suave
trabados los huesos de sus dedos,
sus ojos hundidos mirando hacia arriba,
más allá de todo conocimiento,
más allá de las minúsculas figuras de la historia,
algunas de uniforme, otras no,
marchando por las páginas de este pesadísimo libro.
Billy Collins
En mi librería hay una sección para muerte,
y otra para la historia de Irlanda,
unas pocas estanterías con poemas de China y de Japón,
y en el centro una fila de imperturbables libros de referencia,
aquellos a los que uno puede ir siempre,
cuando la noche se equivoca
o el día es una promesa vacía.
No tengo nada en contra
del fino monográfico, o la extraña duda,
la nota sobre la identidad del dentista de Chejov,
pero lo que prefiero en días así
es sentarme en el sillón,
tomar La Historia del Mundo,
y tener entre mis manos un libro
que contiene casi todo
y no pesa más que un saco de patatas,
once libras, descubrí un día en que lo puse
en la balanza de hierro negro
que mi madre solía guardar en la cocina,
la máquina en que ponía
una cierta cantidad de harina,
una cierta cantidad de pescado.
Abierto sobre mi falda
bajo el halo de la lámpara,
un libro como este siempre tiene maneras
de calmar los nervios,
callando la turbadora espuma de información
que se alza en torno mi cintura
y aunque nunca menciona
las labores silenciosas de los pobres,
las quimeras de fruteros y sastres,
o las caras de hombres y mujeres solos en habitaciones-
aunque nunca menciona a mi madre,
ahora que pienso en ella,
que el año pasado se desprendió del borde de la tierra
en su cama eléctrica,
en su camisón rosa suave
trabados los huesos de sus dedos,
sus ojos hundidos mirando hacia arriba,
más allá de todo conocimiento,
más allá de las minúsculas figuras de la historia,
algunas de uniforme, otras no,
marchando por las páginas de este pesadísimo libro.
Billy Collins
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