domingo, 24 de octubre de 2010

Más poemas

DE POETAS Y PINTORES
Homenaje a Frank O'Hara


Empezamos todos igual:
un lienzo blanco, un vacío
que se clava en el pecho
y ahuyenta
hasta al más fiero guerrero.

El primer verso
produce tanto pánico
como la primera pincelada:
es un paso incierto
en un cable de metal
tendido en el abismo,
un milagro mínimo, semilla
que se extiende en ramas
de palabras o colores
desplegando
como un pavo real su cola,
como un mendigo sus heridas,
a fuerza de trazos y golpes
sobre la pureza blanca
de la nieve virgen.

Así estalla el universo,
con todos sus misterios,
como un mapa de piel abierto
en que se intuyen caminos
por los que marcha
arrastrando cadenas la memoria,
y a tientas el futuro ciego
y una certeza de muerte
o un hombre con un sol en la cabeza
o una canción de aire
o tal vez todo, es difícil saberlo
cuando al final
queda solamente
un papel sucio
que tarde o temprano se llevará el viento.


Pureza

Mi momento preferido para escribir es a fin de tarde,
entre semana, preferiblemente miércoles.
Así es como lo hago:
llevo una tetera fresca a mi estudio y cierro la puerta.
Entonces me quito la ropa y la dejo en un montón
como si me hubiera derretido y mi legado sólo consistiera
en una camisa blanca, un par de pantalones y una tetera fría.

Me quito la piel y la cuelgo en la silla.
La deslizo con mis huesos como en una prenda de seda.
Hago esto para poder escribir algo puro,
totalmente limpio de todo lo carnal
liberado de las preocupaciones del cuerpo.

Finalmente me quito todos los órganos y los ordeno
en una pequeña mesa junto a la ventana.
No quiero oír sus ritmos ancestrales
mientras intento componer mi propio son de tambores.

Ahora me siento en la mesa, listo para empezar.
Totalmente puro: nada salvo un esqueleto frente a una máquina de escribir.

Debo mencionar que a veces me dejo puesto el pene.
Es difícil ignorar la tentación.
Entonces soy un esqueleto con pene frente a una máquina de escribir.

En esta condición escribo poemas de amor extraordinarios,
la mayoría explotan la conexión entre el amor y la muerte.

Soy la concentración misma: existo en un universo
donde no hay sino sexo, muerte y mecanografía.

Tras un hechizo me quito también el pene.
Entonces soy un cráneo y huesos escribiendo hacia la tarde.
Sólo el esencial absoluto, sin volantes.
Ahora escribo sobre la muerte, el más clásico de los temas
en un lenguaje ligero como el aire entre mis costillas.

Después, me recompenso conduciendo hacia el ponente.
Repongo mis órganos y me deslizo a mi piel
y mi ropa. Entonces saco el coche del garaje
y acelero a través de bosques por sinuosas carreteras rurales,
pasando junto a paredes de piedra, granjas y estanques helados
todo perfectamente ordenado como las palabras de un famoso soneto.



Introducción a la poesía


Les pido que tomen un poema
y lo pongan a contraluz
como una filmina colorida

o que pongan el oído en su colmena.

Les digo, dejad caer un ratón en el poema
y mirad como busca la salida,

o entrad en la habitación del poema
y encontrad a tientas el interruptor de la luz.

Quiero que hagan esquí acuático
por la superficie del poema
mientras saludan al nombre del autor en la orilla.

Pero todo lo que desean
es atar al poema a una silla con cuerdas
y torturarle una confesión.

Lo flagelan con una manguera
para descubrir qué significa.

miércoles, 13 de octubre de 2010

POR QUÉ NO ESCRIBO POEMAS DE AMOR

El barco que tomé
naufragó en el centro del desierto.
Con la proa atascada en una duna,
sobre un océano de arena
que había parecido azul
cuando zarpamos.

Llevé al poema de la mano,
con pasos temblorosos
y la boca seca, flagelados por el sol,
igual que dos ancianos
caminando al paredón.

El mar estaba muy lejos,
pero nostros marchamos despacio,
persiguiendo un espejismo
que prometía el abrazo de las olas.
Encontramos sólo huesos, restos de otros
osados, idiotas náufragos,
tristes diablos hambrientos.
Mi poema se quedó con ellos:
no recuerdo un solo verso

y el mar,
cada vez más lejos,
aún inalcanzable
me tienta
con fugaces oasis de una noche.